Los cinco mejores libros de 2013

Publicado: 14 enero 2014 en Libros

Ha llegado el nuevo año y es hora de echar un vistazo a nuestra biografía lectora. En mi caso, este repaso tiene algo de especial. Por un parte, porque llevo años jugando a completar cincuenta reseñas anuales, así que hay mucho material para elegir (este año parece que he alcanzado las cincuenta reseñas un poco in extremis, pero he llegado).

La otra razón es que mayormente leo para quitarme de encima la cara de cenutrio con la que vine al mundo, así que este año, como ocure últimanente, apenas he leído ficción: la mayor parte de mis lecturas, tanto profesionales como de evasión, tienen que ver con diferentes formas de retirar las sombras de un mundo sumido aún en las tinieblas.

Además, la mayor parte de los libros de ensayo que leo son de ciencia en todas sus manifiestaciones, a mi juicio la luz mejor modulada y potente para iluminar los recovecos más minúsculos. Con todo, en la ficción también hay hallazgos que acaso completan tu universo emocional y te permiten reflexionar mejor sobre tus avatares diarios. De modo que en la lista de mis cinco lecturas también he incluido una novela.

1. ‘Excedente cognitivo’ de Clay Shirky

Con el advenimiento de Internet, la gente empezó a desplazar parte de las horas que consumía televisión en consumir contenidos de la Red. Sin embargo, Internet no es unidireccional: permite que los contenidos se comenten, se puntúen, se discutan en foros. Es decir, permite que la gente se relacione, como siempre lo ha hecho, pero de una forma más global y poderosa. Y lo más importante: favorece que la gente cree nuevos contenidos para que los demás los juzguen o los complementen, sin importarles sin ganarán dinero con ello (después de todo, el crétido, la admiración o la reputación pueden ser tan poderosas como el dinero).

El ejemplo paradigmático de esta nueva generación de personas que empiezan a dedicar más tiempo a Youtube y menos a la televisión es Wikipedia. Una enciclopedia colaborativa, gratuita, que no paga a sus colaboradores, que se ha convertido en una dura competidora de la Enciclopedia Británica. Lo más apasionante es que para redactar Wikipedia se usó sólo el 1 % de las horas que los telespectadores estadounidenses pasan viendo la televisión en un año. Es decir: con el tiempo que los telespectadores estadounidenses pasan ante el televisor durante un año podrían concebirse miles de Wikipedias, o equivalentes.

2. ‘Absolución’ de Luis Landero

Mi única novela de la lista, pero es que Luis Landero es mi escritor favorito. Landero arma toda una serie de píldoras biográficas, batallitas aviñetadas, ligeramente hilvandas, pero casi siempre caprichosas, que son la excusa para que Landero se luzca en lo que mejor saber hacer: radiografiar el alma humana hasta un grado de minuciosidad que jamás alcanzará un microscopio electrónico de barrido; y, sobre todo, enseñarnos a mirar lo más cotidiano con los ojos del que contempla un prodigio marciano.Para entenderlo tendréis que zambulliros a plomo en la prosa mágica de Landero, probablemente el mejor escritor español contemporáneo.

3. ‘Futuro perfecto’ de Steven Johnson

El futuro que se nos avecina dista de ser perfecto. Sin embargo, cada vez hay menos muertes violentas, menos accidentes, menos intoxicaciones alimentarias, mayor esperanza de vida, mayores oportunidad de conectar entre nosotros, desafíos tecnológicos menos inalcanzables, más empatía y tolerancia, más igualdad de derechos, democracia más dinámica y participativa, menos olores nauseabundos, comida de mejor calidad, aire más saludable, un incremento sostenido del Coeficiente Intelectual en todos los países donde se han instalado los mass media

4. ‘La importancia del tenedor’ de Bee Wilson

Afirmar que La importancia del tenedor trata sobre gastronomía o acerca de la historia de los objetos que alberga nuestra cocina es quedarse tremendamente corto. Tan corto como un armstrong. Porque Wilson aborda dichos temas, naturalmente, pero también aborda la antropología, la sociología, la psicología, la historia, la ciencia y otras tantas disciplinas que se mezclan en una batidora de un modo que habría emocionado a otro Wilson, en este caso Edward, autor de Consilience: la unidad del conocimiento.

5. ‘Big data: la revolución de los datos masivos’, de Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier

Para empezar a preparar el terreno a lo que se nos avecina (imparable e inminente), es decir, empezar a asimilar las implicaciones sociales, culturales y tecnológicas de la minería de datos (como poner la correlación por encima de la causalidad), aquí llega este libro de la cada vez más sorprendente Editorial Turner: Big Data, escrito a cuatro manos por Viktor Mayer-Schönberger (profesor de regulación y gestión de Internet en el Internet Institut de la universidad de Oxford) y Kenneth Cukier (editor de datos de la revista The Economist).

#50 ‘Alan Turing’ de B. Jack Copeland

Publicado: 23 diciembre 2013 en Libros

Una de las teorías matemáticas que más han influido en la historia ha sido la teoría de la computabilidad. La teoría, propuesta por Alan Turing, asienta las bases de cómo resolver ciertos problemas a partir de algoritmos y empleando una máquina de Turing.

Esta máquina está formada por un alfabeto de entrada, uno de salida, un conjunto de estados finitos y una serie de transiciones entre ellos. Había nacido la Inteligencia Artificial. Alan Turing, pues, aspiró a saber cómo pensaban las máquinas. Y, por tanto, también desarrolló un sistema para saber si estábamos ante un ser humano o una máquina: el test de Turing. Más tarde trabajó en el Laboratorio Nacional de Física, en la creación de uno de los primeros diseños de un ordenador que jamás se llegó a realizar.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Turing trabajó en Bletchley Park, centro donde se creaban y descifraban códigos. Allí llegó a ser el jefe de la sección de criptoanálisis de la flota naval alemana, siendo el principal responsable de la ruptura del código Enigma alemán.

A pesar de éstos y otros hallazgos, Turing no recibió en vida reconocimiento alguno. Murió al morder una manzana rellena de cianuro, como Blancanieves (y se dice que la manzana de Apple es un homenaje a él). Se cree que fueron los servicios secretos británicos los responsables de su muerte, justificándose su condición homosexual (fueron necesarios otros 13 años para que la homosexualidad se despenalizara en el Reino Unido). No obstante, otras fuentes señalan que fue suicidio.

Esto es solo un pequeñísimo adelanto de la fascinante vida de Alan Turing. Hay mucho más, y puede leerse con profusión de detalles en el libro Alan Turing, de B. Jack Copeland. Una historia tan extrañamente fascinante que podría pasar por un ficción, por un cuento de hadas psicotrópico. Pero todo es real, y Copeland consigue hacer de esta biografía más una narración entretenida al estilo novelístico que una exposición notarial de los hechos. Lo cual es de agradecer, sobre todo en los segmentos más complejos que aluden a cuestiones matemáticas.

¿Quién fue Turing, y cuáles fueron sus logros durante sus 41 años de vida? Hoy es mejor conocido como el genio que descifraba las comunicaciones secretas de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Fue también el padre de la informática moderna: cada vez que hacemos clic para abrir un archivo, estamos poniendo en práctica sus ideas y sus visiones. Pero fue también un hombre que se preguntaba si a los ordenadores les podrían gustar las fresas con nata, o si serían capaces de componer música. Un genio introvertido, de curioso aspecto y sentido del humor infantil, que sufrió una humillante condena por ser homosexual y acabó su vida envenenado con arsénico (¿se suicidó Alan Turing? ¿Lo asesinaron? El autor tiene sus teorías, y alguna información de primera mano, sobre este tema controvertido). Una obra imprescindible para geeks informáticos, interesados en la tecnología y en la historia de las guerras mundiales.

Ya nos habíamos referido muy halagüeñamente a Nassim Nicholas Taleb cuando reseñamos su rompedor El cisne negro. Ahora vuelve a las andadas con Antifrágil para ampliar lo que allí se dijo, como si El cisne negro sólo hubiera sido un prólogo para preparar nuestra mente para lo que venía.

Y lo que viene es complejo, contraintuitivo y originalísimo. No en vano, Taleb nunca formará parte del club de investigadores que el neurocientífico Vilayanur S. Ramachandran criticó ácidamente con estas palabras:

Dicho club cuenta, por lo general, con uno o más popes, una jerarquizada curia de especialistas, una cohorte acólitos y un conjunto de supuestos orientativos y normas aceptadas que se guardan celosamente con un fervor poco menos que religioso. De hecho, los integrantes de ese club también se financian unos a otros, se revisan mutuamente los artículos, ponen buen cuidado en controlar recíprocamente las becas que consiguen y se conceden premios de manera endogámica.

En Antifrágil intenta Taleb salir de este círculo, y lo consigue. Lo que Taleb denomina “lo antifrágil” va más allá de lo robusto, puesto que se beneficia de los shocks, las incertidumbres y del estrés, del mismo modo que los huesos humanos se robustecen cuando están sometidos al estrés y a la tensión. Lo “antifrágil” necesita el desorden para sobrevivir y florecer. Taleb se centra en la incertidumbre como algo deseable, incluso necesario, y propone que las cosas se construyan de una forma antifrágil. Lo antifrágil es inmune a los errores de predicción.

En opinión de Taleb, “hemos estado fragilizando la economía, nuestra salud, la vida política, la educación, y casi todo el resto de las cosas” al “eliminar el azar y la volatilidad”, del mismo modo que “impedir sistemáticamente que se produzcan incendios forestales para estar seguros hace que uno importante sea mucho peor”

Si bien la narración salta, con frecuencia, de las hipótesis a las anécdotas personales, y encontraremos afirmaciones muy aventuradas, sin duda su lectura está recomendada. Sobre todo para agitar un poco la cabeza, y evitar en lo posible que el árbol no nos permite contemplar el bosque. Así es Antifrágil:

Sumamente ambicioso y multidisciplinario, nos ofrece un programa sobre cómo comportarnos –y prosperar- en un mundo que no comprendemos, y que es demasiado incierto como para que intentemos comprenderlo y predecirlo. El mensaje de Taleb, documentado e ingenioso, es revolucionario: Lo que no es antifrágil perecerá con toda seguridad.

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Uno de los dogmas más repetidos en referencia a la felicidad es que el pesimismo, el ver las cosas de color negro, el mostrar actitud de pitufo gruñón, denota sabiduría. Si eres pesimista, enhorabuena: estás viendo las cosas tal y como son.

Optimismo inteligente trata de matizar este dogma, e incluso va más allá: trata de articular la idea de que lo verdaderamente inteligente no es ser un cenizo, sino un optimista (no de los que lo ven todo de color de rosa en plan Los mundos de Yupi, sino a través del prisma de un optimismo racional, si se permite el oxímoron que María Dolores Avia y Carmelo Vázquez convierten en pleonasmo.

Cultivar el optimismo, además, es bueno para nuestra inteligencia, para nuestra salud, para nuestros genes, para nuestra creatividad y para muchas otras cosas que, poco a poco, los estudios científicos están revelando. Así se impone no sólo un conocimiento de lo que es la felicidad y de cómo obtenerla, sino el eliminar tópicos a su alrededor. Por ejemplo, a pesar de que creamos lo contrario, lo que mejora más nuestra salud es conducirnos de forma altruista, y no egoísta, colaborativa y no hedonista.

Con todo, la búsqueda de la felicidad tiene un poco de entelequia. Eso también debe tenerse en cuenta. Así pues, la búsqueda de la felicidad se asemeja un poco a la zanahoria que cuelga siempre a unos centímetros del belfo del asno. La felicidad duradera es una quimera. Muchos estudios, además, sugieren que nacemos con algo así como una cuota de felicidad determinada por el ADN. Podemos sufrir subidones de felicidad (encontrar pareja, ganar la lotería, etc.) o bajones de felicidad (quedarse sin trabajo, etc.), pero no tardaremos en regresar al nivel de felicidad después de este tipo de acontecimientos.

Por eso Optimismo inteligente debería ser una lectura importante para la gente. Para saber un poco más lo que nos hace felices, para saber la razón que reside en nuestra búsqueda de felicidad y, sobre todo, para aclarar de una vez que ser feliz u optimista no necesariamente significa ser tonto.

¿Es verdad que las personas deprimidas son más lúcidas? Para ser feliz, ¿hace falta ser un poco simple? ¿Existe el optimismo inteligente? ¿Se puede aprender a ser optimista? ¿Qué sentido tiene hacerlo? OPTIMISMO INTELIGENTE responde de manera rigurosa a estas preguntas que muchas personas se hacen a lo largo de su vida. Fre nte a la frecuente visión trágica de los humanos como seres vulnerables y frágiles, con sus angustias y conflictos, María Dolores Avia y Carmelo Vázquez ofrecen en este libro un conjunto de datos y reflexiones que harán ver al lector los aspectos más saludables, adaptativos y creativos de las personas, incluso en circunstancias adversas.

El célebre Richard Dawkins ha conjeturado que los primeros mapas de la humanidad se originaron cuando un rastreador, habituado a seguir pistas, dibujó un plano en la arena, y un hallazgo reciente de arqueólogos españoles identificó una especie de mapa que los hombres prehistóricos habrían raspado en la piedra de una caverna hace unos catorce mil años. Porque el ser humano siempre ha aspirado a trasladar a un mapa toda la realidad, acaso para sentirse más dueño de ella y evitar perderse por sus recovecos tenebrosos.

Con todo, crear un mapa 1:1 no es nada práctico, como ya señaló Jorge Luis Borges:

En aquel tiempo el arte de la cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba una ciudad, y el mapa de un imperio, toda una provincia. Con el tiempo, esos mapas desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.

Con el tiempo, conseguimos plegar la realidad a un tamaño más manejable, e incluso inventamos formas de dividir las naciones o dibujar los elementos orográficos más relevantes. Por ejemplo, descubrimos que sólo son necesarios cuatro colores para pintar un mapa político. No importa lo complicado que sea, no importa lo grande que sea. Aunque desplegarais un enorme mapa del mundo donde aparecerian reflejados todos los países del mundo, incluso así, podríais usar sólo 4 colores para diferenciar los países entre sí. Lo más sorprendente es que esta idea, en principio en contra de nuestra intuición, ya fue propuesta en 1852 por Francis Guthrie, mientras coloreaba un mapa con los condados de Inglaterra. Más de cien años costó demostrar su conjetura.

Y de esto y de mucho más trata En el mapa, de Simon Garfield, del que ya habíamos reseñado por aquí Es mi tipo, acerca de las fuentes tipográficas. Tal y como apunta el mismo Garfield:

Los mapas nos fascinan porque cuentan historias. Los que veremos en este libro nos dicen cómo se originaron los mapas, quiénes los trazaban, qué pensaban y cómo los usamos. Por supuesto, como cualquier mapa, la elección es extremadamente selectiva, pues un libro sobre mapas en realidad es un libro sobre el progreso del mundo: barcos más robustos en el siglo XV, la triangulación a finales del siglo XVI, el cálculo de la longitud en el XVIII, los vuelos y la observación aérea en el XX. Y ahora, en este siglo, Internet, el GSP y la navegación por satélite, y, quizá, gracias a ellos, una segunda reconfiguración de nuestras habilidades espaciales.

Sin duda, un libro delicioso, lleno de conocimientos increíbles acerca de los mapas y todo lo relacionado con ellos. Es más, En el mapa podría ser un estupendo complemento de otro libro que ya reseñé muy favorablemente por aquí: Una mapa en la cabeza de Ken Jennings.

Editorial Taurus
Colección: Taurus Pensamiento
Publicación: 09/10/2013
ISBN: 9788430607112

Sitio Oficial | Ficha en Taurus

Los grandes viajeros científicos de la actualidad no sólo buscan el horizonte de la Tierra, las entrañas del mundo o el fulgor de las estrellas distantes. Se enfrentan a un tipo de viaje mucho más complejo, fascinante y extraño acaso para comprender qué somos, de qué estamos hechos, qué ladrillos constituyen la realidad. Son los viajeros que se dirigen hacia lo más pequeño.

Más allá del átomo. Más allá de las partículas elementales que ya hemos detectado. Cosas tan pequeñas y difíciles de detectar que se precisa la construcción de monstruos como el que sigue.

Desde el día en que se acabó su construcción, el Gran Colisionador de Hadrones (LHC), radicado en Ginebra, Suiza, permaneció enfriándose hasta que alcanzó su temperatura de funcionamiento: -271,25 grados centígrados (es decir, dos grados por encima del cero absoluto, la temperatura más baja capaz de conseguirse en el universo). La construcción más formidable del ser humano, pues, es una construcción más fría que el hielo del Polo Norte.

En las entrañas del LHC se están preparando cinco experimentos diferentes de detección de partículas. ATLAS y CMS serán los detectores encargados de partículas generales, LHCb, ALICE y TOTEM, sin embargo, serán más especializados. Estamos hablando de detectores de hechuras similares a las de la catedral que describe Ken Follet en su novela (literalmente se dice que en la caverna subterránea donde se encuentra alojado el detector ATLAS, de 12.500 toneladas, cabría la catedral de Notre Dame).

Todo esto para obtener una serie de respuestas intrigantes. Saber con exactitud en qué consiste la masa, pues hoy día solo sabemos medirla; saber qué número de partículas componen el átomo, además de ya las conocidas; saber la naturaleza de la llamada materia oscura, un tipo de materia que nadie ha visto ni detectado aún pero que, supuestamente, por inferencia, se cree que compone el 95 por ciento de toda la materia del universo; saber si existen otras dimensiones; simular el Big Bang a pequeña escala, la explosión que ocurrió hace 15.000 millones de años y que dio origen al universo (y que fue acuñada mordazmente por el astrónomo Fred Hoyle, irónicamente para desacreditar esta idea tan extraña); y por último y más importante: hallar el bosón de Higgs o partícula divina, que sería un paso significativo en la búsqueda de la Teoría de la Gran Unificación, la teoría que pretende unificar tres de las cuatro fuerzas fundamentales del universo.

Este galimatías es el que pretende desentrañar de la forma más divulgativa posible Sean Carroll en su reciente libro La partícula al final del universo.

Cuando leáis estas líneas, el experimento ya habrá tenido lugar, y hoy podemos afirmar con bastante seguridad (aunque no con total seguridad, se dispone de una confianza del 99,99994%) que Higgs ha sido descubierto. Concretamente, su descubrimiento oficial se comunicó el 4 de julio de 2012. Con todo, los científicos continúan analizando la jungla de datos que ha vomitado el experimento: varios terabytes. Un hito en la física. Un hito en la averiguación de lo que somos. Un hito en el conocimiento.

Editorial Debate
ISBN: 9788499922997
384 páginas

Sitio Oficial | Ficha en Me gusta leer

No, no estamos ante una extraña telenovela ucrónica. Robinson Crusoe no le contó nada a Lolita. Pero podría haberlo hecho, al menos a través del hilo conductor de sus respectivos autores. Porque esto es lo importante aquí: los autores; pero, sobre todo, sus hilos conductores, los hilos invisibles que trenzan sus complejas personalidades, los hilos de los que tirar cual Ariadna para que emerjan las vetas biográficas más hundidas en las aguas abisales de la personalidad.

Según el Webster´s New International Dictionary, hay casi 18.000 adjetivos relacionados con el carácter. Os garantizo que en Lo que Robinson Crusoe le contó a Lolita, de Ana Andreu Baquero, encontraréis un buen puñado de ellos representados en autores en los que nunca hubierais sospechado mácula.

Por ejemplo, que Victor Hugo era un adicto al sexo. O que Faulkner trabajaba en una oficina de correos, pero para tener tiempo para escribir, no atendía a los clientes (e incluso se puso un letrero con un horario de apenas una hora). O que Bécquer era muy romántico, sí, pero también podía tener muy mala leche. O que Jonathan Swift, célebre autor de Los viajes de Gulliver, tenía una extraña fobia: nada menos que fobia a tocar a las mujeres.

Como si pudiéramos leer los mensajes secretos ocultos en las grandes obras de la literatura universal. Una serie de mensajes ocultos al ojo humano, como si hubieran sido escritas con zumo de limón, y que Ana Andreu Baquero calienta con una pequeña llama de mechero, y hace que aflore la tinta simpática.

Los escritores son, por lo general, gentes dotadas de un gran ingenio. Su anecdotario personal y su biografía quedan muchas veces solapadas por la grandeza de su obra. Pero sus escritos no pueden muchas veces entenderse sin conocer la trayectoria vital del personaje. De ahí que este libro reúna las anécdotas más célebres, l os comentarios más jocosos y las curiosidades menos sabidas de algunos de los mejores escritores de todos los tiempos.

Editoral MA NON TROPPO
ISBN: 9788496924864
240 páginas

La humanidad siempre ha mantenido una relación compleja, contradictoria con las sustancias que alteran malévolamente su sistema nervioso o su biología en general, signifique lo que signifique en realidad “malévolamente”. Por un lado, el consumo de tales sustancias se produce en todas las épocas y en todas las culturas. Por el otro, la fiscalización de tal consumo, lejos de evitarlo, promueve el consumo creativo de sustancias sustitutivas o de las mismas sustancias bajo un régimen de clandestinidad.

El ejemplo más entrañable se produjo durante la prohibición alcohólica que impuso Estados Unidos durante la llamada Ley Seca: se calcula que florecieron más de 200.000 tabernas ilegales. Y se puso de moda vender unos paquetes de zumo de frutas en los que se podía leer el siguiente mensaje, no precisamente sutil:

Atención: el contenido de este paquete no debe ponerse en una vasija de barro, mezclado con levadura y ocho litros de agua, porque entonces se obtendría una bebida alcohólica cuya fabricación está prohibida.

Sólo faltaba añadir “codazo, codazo, guiño, guiño”.

Y es que tales sustancias, ilegales o no, han sobrealimentado los cerebros y las almas de la gente desde que el tiempo es tiempo. Así que no es extraño contemplar la historia de la humanidad bajo el prisma de tales sustancias. Que es precisamente lo que hace aquí el historiador Tom Standage bajo el título Historia del mundo en seis tragos.

Y lo hace maravillosamente, con profusión de datos sorprendentes, y con gran habilidad para hilvanar las diferentes épocas en función de sus sutancias. Mi preferido, sin duda, fue el capítulo dedicado al café y a las cafeterías.

A lo largo de la historia algunas bebidas han hecho mucho más que saciar nuestra sed. Como cuenta este libro con autoridad y encanto, seis de ellas han tenido una influencia sorprendente en momentos decisivos de la historia, desde la aparición de la agricultura y el nacimiento de las ciudades hasta la globalización. La historia del mundo en seis tragos presenta una visión original y rigurosa de la historia universal, siguiendo a la humanidad desde la Edad de Piedra hasta el siglo XXI de la mano de la cerveza, el vino, los licores, el café, el té y la Coca-Cola. La cerveza, nacida en el Creciente Fértil, era tan importante para las primeras civilizaciones egipcias y mesopotámicas que se usaba como medio de pago. La edad dorada de la antigua Gr Grecia fue también la era del vino, que se convirtió en la principal exportación del vasto comercio marítimo griego. Los licores como el brandy o el ron reconfortaron a los marineros en los interminables viajes de los grandes exploradores y contribuyeron al horror que supuso el comercio de esclavos. Aunque el café surgió en el mundo árabe, estimuló el pensamiento innovador y revolucionario durante la Edad de la Razón, cuando los cafés se convirtieron en lugares de intercambio intelectual. Siglos después de que los chinos comenzaran a beber té, esta infusión se hizo tan popular en el Reino Unido que empezó a marcar la política exterior británica en pleno apogeo de su imperio. Las bebidas carbonatadas fueron inventadas en Europa a finales del siglo XVIII, pero se convirtieron en un fenómeno del siglo XX, cuando Coca-Cola se erigió en el emblema de la globalización. Leer este inteligente e iluminador ensayo cambiará para siempre cómo percibimos nuestras bebidas favoritas.

Bienvenidos al enésimo libro que trata de narrar las curiosidades más curiosas de la historia de la ciencia, de sus hallazgos, de sus científicos, de sus serendipias, de sus secretos de alcoba, de sus engaños y fraudes, de sus cambios de paradigma, de sus influencias en el devenir de la humanidad.

Sin embargo, Ian Crofton no ha escrito un libro más. A pesar de que he leído muchos libros como éste, es la primera vez que más de 50 % de las anécdotas no las había leído en ningún otro sitio. Además, la prosa de Crofton es muy agradable, y se preocupa de imprimir un tono cercano y entretenido, sin sacrificar demasiado el rigor. Eso sí: para disfrutar plenamente de esta obra, cuyo título no puede ser más festivo (Historia de la ciencia sin los trozos aburridos), es imprescindible firmar un contrato de evasión antes de subir al tiovivo.

Os lo dice alguien que es aficionado a la comida extrema. No me refiero a lo estrictamente gastronómico (que también un poco), del estilo Patrick Bertoletti, que tiene el récord de comer la mayor cantidad de pastel de lima ácida, encurtidos y rebanadas de pizza, así como 275 pimientos jalapeños, en ocho minutos. No me refiero a él ni a otros gurgitadores (nombre que reciben estos personajes según la Federación Internacional de Comida Competitiva). A lo que yo soy adicto es a la información curiosa y/o banal, que calma mi hambre epistémica. E Historias de la ciencia sin los trozos aburridos la calmó por bastante tiempo. Como ver la película La gran comilona en bucle.

Crofton me recuerda a un divertido concurso auspiciado por los Monty Python llamado “Resuma usted a Proust”, un certamen público en el que los participantes deben resumir los siete volúmenes de la obra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, en sólo quince segundos. Crofton ha hecho algo parecido con la historia de la ciencia, pero dedicando cada uno de los segundos en resaltar aquellas partes que realmente resultan entretenidísimas. Así pues, hay grandes huecos, pero no importa: Crofton no pretende escribir un libro de historia, sino un libro curioso que acaso incite a leer otros libros que rellenen tales huecos.

¿Cansado de la ley de Ohm? ¿Harto de la estadística? Hastiado del número de Avogadro? ¿La entropía le suena a entronque, las globulinas a globos pequeños? Entonces el lector necesita una dosis de La ciencia sin la parte aburrida.

Esta cronología de curiosidades científicas comprende multitud de teorías estrafalarias, experimentos inverosímiles, profesores chiflados, charlatanes cuestionables, bromistas traviesos, expertos engañados, y una serie inestimable de especulaciones absurdas y sin fundamento. Lea todo acerca de: Los intentos de los soviéticos para crear un híbrido simio-humano… La convicción de sir John Herschel del valor nutritivo del serrín… La investigación de Darwin sobre la musicalidad de las lombrices de tierra… El distinguido médico inglés que se inyectó testículos de cobayas… El hombre que temía que la energía de las mareas podría atraer a la Luna peligrosamente cerca de la Tierra… El experimento que afirmaba demostrar que el alma pesa exactamente 21 gramos.Éstos son sólo algunos de los pintorescos y asombrosos relatos que encontrará entre las páginas de La ciencia sin la parte aburrida, desde los más sublimes hasta los absolutamente ridículos, con especial énfasis en estos últimos.

Editorial Ariel
Colección Claves
384 páginas
ISBN: 978-84-344-6958-7

Junto al efecto Streisand, me gusta particularmente la Ley de Linus, que más o menos reza que mil ojos ven más que uno, y que cualquier error expuesto a miles de ojos seguramente saldrá a la luz más fácilmente que si se expone solo a un reducido número de personas, aunque todas ella sean expertas.

Es uno de los secretos en los que reside el éxito de la arquitectura de Wikipedia, por ejemplo: al haber tanta gente editando, corrigiendo y leyenda, Wikipedia produce un número de errores porcentualmente similar o incluso inferior al epítome de las enciclopedias elaboradas por expertos remunerados: la Enciclopedia Británica.

Pero las cosas tienen mucha más miga de lo que parece. No sólo basta con que haya muchos ojos, sino que deben de estar conectados entre sí de un modo correcto, haciendo prevalecer la diversidad, la libertad, la independencia y las jerarquías flexibles. Y de eso trata Cien mejor que uno, de indagar en tales características, de indagar en los estudios y experimentos que sugieren que los grupos diversos de personas medianamente competentes (incluso si se han colado incompetentes) resultan más eficaces para resolver problemas que los cerebros únicos y geniales o los grupos de expertos poco variados.

El tema es, a priori, contraintuitivo: yo mismo he declarado a menudo que la masa es imbécil, que las mayorías se equivocan, que los grupos se radicalizan. Fui un fervoroso lector de Ortega y Gasset y La rebelión de las masas. Pero Ortega y Gasset andaba errado porque no disponía de la suficiente información acerca del fenómeno de las masas. Las masas son imbéciles, sí, pero Internet nos demuestra que basta con conectarlas adecuadamente para generar supercerebros que exceden en competencias a cualquier cerebro brillante.

James Surowiecki, un experto en el tema, aporta ejemplos de ello en todas las áreas inimaginables, desde la política hasta la inteligencia militar, pasando por la enconomía o los problemas cotidianos. Tras la lectura de Cien mejor que uno, empieza a florecer en ti la sospecha de que, quizá, el ser humano del futuro no será un individuo, sino una red de pares colaborativa 2.0. Y que esa estructura será la única capaz de salvarnos de nosotros mismos.

Esta noción en apariencia contraria a lo que nos dicta la intuición tiene consecuencias muy importantes en lo que respecta el funcionamiento de las empresas, el progreso del conocimiento, la organización de la economía y nuestro régimen de vida cotidiano. Con una erudición que no parece conocer límites y una prosa estupendamente clara, Surowiecki explora campos tan diversos como la cultura popular, la psicología, el conductismo económico, la inteligencia artificial, la historia militar y la teoría económica, todo ello a fin de demostrar cómo funciona el mencionado principio en el mundo real. A pesar de que la argumentación es necesariamente compleja, Surowiecki logra presentarla de manera muy amena y los ejemplos que cita son tan realistas como sorprendentes y divertidos. ¿Por qué nos colocamos siempre en la fila de los lentos? ¿Por qué es posible comprar una tuerca en cualquier parte del mundo y que case con el tornillo correspondiente de cualquier otro lugar? ¿Por qué se producen los embotellamientos de tráfico? ¿Cuál es la mejor táctica para ganar dinero en un concurso televisado?